(Se preguntá cuántas  veces ya vivió este frío, esa sensación de...estar entrando al segundo  previo de dejar de sentir...algo. Se pregunta cuán pocas veces fue  consciente de lo que hacían sus piernas, de lo curioso que resulta ser  que la gente pueda ir de acá para allá sin saber que están llevando  constantemente sangre a sus piernas y volviendo, yendo y viniendo, como  ellos.)
- Acá estoy.
(Mira, como siempre que  necesita hacerlo, al cielo. Nubes y poco más, es plena tarde así que  las luces del sol juegan con las hojas de los árboles, que hacen lo  mismo con algunos pájaros. Se maravilla del poco tiempo que le dedica a  esa pintura en sus días. En el resto del tiempo con qué lo hace? con qué  lo hizo?. Entonces recuerda por qué está donde está. Y por qué es  consciente de la sangre llegando a sus piernas.)
(silencio)
(Ya  pasaron algunos segundos desde que dejó de sentir y comienza a sufrir  el embate de su por unos segundos anestesiado corazón, que busca volver a  su función principal: Dolerle a él. El pecho cobra vida y ahora mismo  es consciente que las arterias no soportan el total del caudal de sangre  que su sentir tiene para dar. Comienza a dolerle. Su tacto le recuerda  dónde está su corazón. Y tal ir y venir de sangre a sus piernas hizo que  sus manos se pongan heladas, pero recién ahora lo nota. Se las frota y  cierra los ojos.)
(silencio)
(Intentó con  todas sus fuerzas decir algo, no tenía qué. Y qué difícil es no tener  qué decir cuando se supone que hay que decir algo. Al menos para él, es  prácticamente la muerte. Se le escapan el diccionario y los estímulos. O  quizá se le mezcla todo y necesita tiempo para estabilizar el nuevo  caudal. Aún no tiene qué decir, se siente muerto. Entonces recuerda por  qué está dónde está y por qué es consciente que no tiene qué decir)
- Bueno, no sé qué pasará.
(Se  lo repite en la cabeza, pero no pudo decir más. Se aproximó a la  escalera caracol y sintió el cálido metal. Un escalón menos pero avista  millones delante. Increíblemente en cuestión de segundos está ahí,  frente la puerta. Otra vez ese dejar de sentir, otra vez sentir las  manos frías, otra vez la sangre hacia sus piernas. Otra vez recuerda por  qué está dónde está. Y entonces observa por la ventana, no es tan  valiente y siempre lo supo. Se ven.)
Y comienzo a dejarme  guiar por mi tacto para saber dónde se encuentra mi corazón. A sentir el  calor de mi sangre por mis piernas, el dolor en mi pecho por todo lo  que no puede esperar para contaminarme por completo. Las manos,  prácticamente congeladas. No tengo palabras qué decir y quiero gritar,  decido escribir. Admito que no acepto ni elijo, sólo lo hago.
Y entonces recuerdo por qué estoy dónde estoy.
La veo.