26 ago 2011

Vos sos yo

 Hoy me siento un genio, y realmente no se cuánto durará. Este estado narcolépsico raras veces lo vivo así. Se va, se viene y se va y ya dudo, cada vez más, de cuándo se podrá repetir.

 Se pierde, lo veo caer por la rejillas. No puedo retenerlo, el sueño escapa y queda el resto. Vuelvo a sentir los dedos, ya no se mueven como antes. Mi pecho retorna a la vida, pero late menos fuerte. El desenfreno, la locura y las ganas de vivir, se transforman no más que en una distopía difusa, que me espera en el umbral, que cada noche con o sin sol, me acobija por un tiempo.

 Se detienen las piernas, como siempre. Dejé de ser competencia para Verne, unos segundos atrás. Un nóbel se atrofia, y otro se oxida. Los colores en mi mente se agotan, vuelven a la extinción, regresan a su nacimiento que no es más que mi consciencia cuando duermo de noche.

 Tampoco es que en la recaída diaria, piense blancos y sueños. Simplemente, será, dejo de ver los límites intercolores de los arcoiris. Y el mundo me pesa estando arriba de él, el cielo se me oculta aunque mire hacia arriba, quedándome solamente el recuerdo de que alguna vez fue de alguno de esos colores, que ya no veo.



 Quedan las luces, queda la noche sólo para mí. Estarán todos durmiendo, ahora?. Por alguna razón, no puedo nunca no salir a ver la soledad de la noche en las terrazas. Mi deseo más profundo, es que alguna vez, coincidamos todos en nuestro escape nocturno. Saludarnos, vernos conectados por una vez. Y el final no se me ocurre, porque sería la fiesta de las fiestas: sin invitados, con más ideas que alcohol, y con menos actores y más obras de teatro.


 Si supieras, que a veces, te sientes un genio. Si pudiera, mandarte una carta de regreso, contándote de los colores que sé ver cada vez. Y sintieras, mi condena a estar encerrado durante eternas horas, viendo tus lienzos básicos...dejaríamos de existir.


 Hoy me siento un genio.

17 ago 2011

Monólogo de un Viajero

Al destino siempre le juego a las cartas,
le guiño un ojo y lo apuñalo por la espalda.
Construí un hogar con una rosa y treinta poemas,
en vez de alquilar un pen house pero sin biblioteca.

Lo visito cada domingo siempre,
y adoro la calidez de su vientre.
Un grandioso ser que descubrió que siente,
que no importe lo que pase no me miente.

Yo juego de noche con Artemisa al doctor,
y una vez cada cien años me siento el mejor.
Labios de redención y caricias de niña,
para acabar por unos segundos sin vida.

Muere el rufián y el pesimismo que lo jala,
Y a cambio un niño puede encontrar su Valhalla.